Llegamos a la Bodega Bartolí, de casualidad. Que es como muchas veces conoces las cosas más interesantes. No tenía información previa. Pero por azares de la vida estaba muy cerca del hostel en el que nos habíamos hospedado. Desde que entre me sedujo. Harto como estoy de bares y restaurantes que se dedican a pintar grandes platos semivacíos, la Bodega Bartolí es una bendición, su ambiente no es postureo y el personal que encuentras son clientes de toda la vida. Ver las tapas que salían de la cocina, los porrones de vino, los bocadillos interminables, las latas de conserva abiertas y a la vista, fue reencontrarme con las mejores bodegas, ventas y tabernas que conozco. No se por que me acorde de mi añorado Manuel Vázquez Montalbán. Si llegas a Barcelona por la estación de Sants acércate al Carrer del Vallespir, 41.
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